En cuanto se encontró en el coche con su hermano empezó a
relatarle como había hecho su dado y le explico con detalle como iba a jugar
con el. Esta conversación duro toooodo
el trayecto hasta casa.
Cuando llegamos a casa le mostro a su padre su gran obra de
arte y lo subió enseguida a su cuarto para guardarlo con cautela.
En mitad de la noche escuchamos un grito y sollozo proveniente del
dormitorio de Julio que, como es lógico reclamo mi atención inmediata. Mi
marido y yo acudimos a su dormitorio para encontrarnos a un niño desorientado
llorando sin articular una palabra coherente. Cuando por fin se calmo lo
suficiente para explicarse nos dijo: “¡¡Se me ha perdido mi dado y no lo
encuentro!!” Mi marido me miro sin saber exactamente que hacer y se puso de
inmediato a rebuscar entre las sabanas de la cama. Yo empecé a registrar las estanterías.
Donde pronto encontré el tan reclamado dado.
En el instante que el dado estaba delante de los pequeños
ojitos de mi hijo se calmo. También ayudo los abrazos y caricias de mamá y
papá.
Conforme todo había quedado en un mal sueño volvió a su
cama y cerro fuertemente los ojos, suspiro y concilio el sueño enseguida.
A veces lo que parece una cosa insignificante para nosotros
es un mundo de felicidad para nuestros hijos. Cuando esten disgustados por algo
no lo ignoréis. Darle la importancia que se merece. Los niños necesitan saber
que son comprendidos y apoyados.
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Rebecca
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