Este jueves pasado lleve a mi hijo Julio al cumpleaños de un amigo de su clase. Él estaba sumamente entusiasmado de ir a pasar un rato con el y los demás amigos. Yo, sin embargo casi entro en SHOCK. El cumpleaños se celebro en lo que todos conocemos ‘Parque de Bolas’ y esta situado en la planta subterránea de un centro comercial de mi cuidad. Hasta ahí todo dentro de la normalidad. Mi shock fue cuando observe que allí se celebraban otros 3 o 4 cumpleaños más. Un numero superior de lo que yo esperaría encontrar en esas instalaciones.
El nivel de ruido era ensordecedor, el calor insoportable y el olor de humanidad a niveles de alerta roja. Los niños corrían, saltaban y se divertían sin disgusto alguno. Pero los padres allí presentes parecían peces boqueando fuera del agua y apunto de llegar a la desintegración.
Para animar aun más el ambiente unas monitoras decidieron poner algo de música y así animar a los pequeños a bailar y cantar con ellas. Grave error de percepción. Esto solo aumentaba el ruido, calor y olor. Creo que he descrito antes que eran especialmente desagradables.
Yo solo intentaba hacer que mi mente llegara a un lugar bonito y tranquilo. Pero que te puedo decir. Era imposible.
Hice varios intentos de unirme a las conversaciones de los padres allí presente pero me sentía como que algún dañino malhechor me estuviera torturando con unos audífonos emitiendo sonidos estruendosos y estridentes todo a la vez.
Con lo que estaba sudando me daba un poco de vergüenza quitarme alguna capa de ropa por si mi casi infalible desodorante me había abandonado en mi estancia en el cumpleaños. Y ¿he hecho referencia antes del particular olor que emergía del lugar?
El cumpleaños llego a su fin. Los chicos salían con sonrisas radiantes, empapados en sudor y visiblemente agotados de tanta actividad física. Se les veían felices y como conclusión creo que es lo que más importa.
Pero sinceramente para mi queda el ratito.
Feliz fin de semana.
Rebecca
Te entiendo perfectamente.
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